domingo, 23 de octubre de 2005

Abundando sobre los sentimientos


Autora: Rams

Hola, soy RAMS y como gordita me he sentido bastante identificada con el artículo de Ana Karen, y me invitó al ver mi foto a expresarme también.

La incomodidad es la sensación más generalizada de que recuerdo desde muy niña; ejemplos como que los adultos siempre me ponían tiernos motes por mi aspecto, a la vez que estaban prestos a criticar toda cosa que me llevara a la boca en una fiesta de cumpleaños… Dicen que hubo un periodo de mi infancia en que no era una simpática bolita rosada, pero al parecer a medida que mi altura se estancaba en los años los malditos kilitos seguían aumentando. En la familia todos éramos redondos, así que la dieta era desagradable. De lunes a viernes “por salud” comíamos pasto (verduras), combinaciones no muy sabrosas, proteicas y bajas en calorías. Yo añoraba el fin de semana del pago en que el almuerzo incluía tallarines con queso rallado, un auténtico manjar con cero vegetales, de postre, dulces y helados ¡que momentos más deliciosos! Después había que volver a la crema de acelga con pescado de tarro ¡puaj! Reconozco que soy mañosa en mis preferencias culinarias, sin embargo esa NO es la causa de mi obesidad. Para descubrirlo tuve que irme de la casa materna, hacerme cargo de mi alimentación, y verificar que no bajaba ni un mísero gramo al mes. Puedo decir ahora claramente que es un cosa proveniente de la sikis, algo independiente de lo que indicaran los nutricionistas, endocrinólogos, diabetologos, ginecólogos, exámenes de tolerancia, hormona, herencia…

Simplemente tengo asociada en mi mente el acto de comer al de recibir cariño. Por lo tanto cualquier paso en falso, que me privara de esta forma especial de sentir caricias, desmoronaba la torre construida con tantos esfuerzos deportivos o negarme a ricos comestibles. Dicho de otro modo: ante las emociones mi respuesta siempre fue zamparme algo, como festejo y/o como consuelo; sin masticar quedaba huérfana de afectos, sola, con la dicha - o - con la desgracia que estimulara mis sentires. Aquí veo una analogía muy similar al tema spank, puesto que los azotes que recibo (o doy) son a la vez reemplazos de los abrazos que no llegan, los mendigados mimos desaparecidos-perdidos en el angustiante pasado infantil. De alguna manera la idea de que un chocolate era mi mejor amigo no es tan ridícula. ¡Si hasta sale en revistas médicas de mi época!

Vivir asumiendo que eres diferente, rara, “freak”, que ninguna otra chica sueña con nalgadas, príncipes con látigos o con festines a la romana es una carga demasiado pesada cuando se llega a adolescente y se supone que debes conquistarte un sitio en el que te acepten socialmente. La belleza empieza a ser más importante, estar de moda, encajar en el ambiente; el ser la guatona creaba literalmente una barrera de carne entre los posibles jovenzuelos que aspiraran a hacerme la corte. Mi gordura me protegía, los panes y los caramelos consumidos ansiosamente y a escondidas, eran mis escudos. Me defendían de conversar en público, de compartir mis extrañas ideas (spank y más), resguardaban mi timidez, me ayudaban a parecer más una bebota graciosa que una mujer en ciernes.

¿Pueden notar el ciclo? -> Emoción (miedo) + aislamiento (nadie me acoge) + privación (social) = reacción (auto-acariñarme) + cuidarme (acompañarme con comida) + aislamiento (privación de permiso para quererme). A mi juicio las consecuencias de pueden ser percibidas aplicando la misma fórmula tanto en las azotainas buscadas como en la ingesta descontrolada de lo que sea vía bucal, hipodérmica, anal… etc. Las personas obesas compensamos las carencias atiborrándonos de placeres que impliquen un poco de distanciamiento del sujeto que nos pretende regalar su amor, como evitando con la masa grasosa que se nos puedan acercar mucho al alma “eso puede dañar”, pensamos. Autoestima baja, culpas, autocompasión, frustración, llantos contenidos y gritos reprimidos que parecen eternamente agolparse dentro, se sofocan con la dulzura de un pastel, se ahogan en un café, se esfuman en un cigarro. Diferentes vicios aparentemente inocuos que toman rumbos de escape a través de lo spank. En ese entorno se vuelven castigables, entonces se justifica el comportamiento, a veces se reafirma la sensación “beneficiosa” de estar entradita en carnes. A mi me sucedió algo mejor, maravilloso si se quiere, las azotainas disciplinarias (y conversadas previamente en tono muy grato) me permitieron empezar a dar pasos importantes hacia el quererme, y quererme lo suficiente como para despedirme de la costumbre de comerme las emociones en sanguches con queso. Digo con orgullo que llevo más de dos meses sin echarme al buche ninguna sustancia realmente peligrosa para mi salud. Cierto que las amenazas muy reales para mi epidermis tuvieron su cuota de importancia inicial, la certeza de 100 correazos por cada salida de libreto era suficientemente doloroso como disuasivo. Opino en esto diferente que Ana Karen: se puede cortar el círculo de la obesidad con voluntad, amen de los consabidos ejercicios y lechugazos. Espero dar pruebas de ello el 2006.

3 comentarios:

amigospanko dijo...

Nota del Editor: No se ha podido conservar toda la expresividad de Rams que juega en sus textos con colores, subrayados y tipos de letras para realzar su expresión.

Anónimo dijo...

Es muy interesante el conjunto del artículo de Ana K., el largo comentario de Granuja (¡casi un artículo!) y ahora el artículo de Rams, que se estrena en este blog, que aporta su particular experiencia de niña, adolescente y joven mujer spankee "entradita en carnes".

Una lectura spanker del artículo pude sugerir que el spanking ayuda a controlar esos kilos en exceso...

Es una lectura algo interesada, lo admito, pero también intenta encontrar el lado más positivo del asunto.

Anónimo dijo...

Es de las cosas más bellas y profundas que he leido. Gracias, Rams