viernes, 23 de noviembre de 2007

Los minutos previos


Autor: Fer


Cada segundo cuenta. Los minutos previos a una sesión de azotes corren muy veloces, casi como los alterados latidos cardíacos de los partícipes, pero también son un "tiempo muerto"... o pueden ser un tiempo que la percepción nos haga vivir como un lento encadenamiento de acciones.


De eso te quería hablar, de esas pequeñas acciones, esos gestos sutiles que luego marcarán de alguna forma el carácter de la sesión que - inexorablemente - se avecina. Una negligencia gestual por parte de la spankee, una mirada del rostro aún no inexpresivo del spanker ¿ella ha captado la mirada? ¿si no por qué insiste?

En esos minutos previos a la sesión se condensa una gran parte de la intimidad y sus lenguajes sutiles entre spankee y spanker. Alguna palabra entrecortada, una risa fuera de lugar, el hacer justamente lo que la spankee no debe hacer o recibir una brusca indicación... pueden ser tantas cosas, estoy seguro que tú te imaginas muchas más aún.


Cuando un muelle se tensa, en sus moléculas va acumulando (¿es así o no Cometospk?) toda la energía dinámica mediante la cual luego se expandirá de golpe, entonces el juego previo entre spankee y spanker es como cuando apretamos el resorte poco a poco para dejarlo de golpe. Se produce un cambio de ritmo.


Primero la calma y luego la tempestad... de azotes.

Azotador Magazine








Autor: Fer



Nuestro apreciado amigo Azotador Chileno también es un spanker serio, pero no porque durante sus sesiones su cara aparezca ipertérrita, no es que lo haya visto en acción pero después de leer el artículo de Vitabar estoy convencido que todos los spankers tenemos unas facies hieráticas cuando procedemos a cumplir con nuestro Sacrosanto Deber, sino que te digo que es un hombre muy serio como bloguero. Y también generoso ya que ha compartido con todos nosotros sus insólitos hallazgos en el mundo de los azotes.

Es uno de los blogueros que aporta más material original a la red, especialmente en materia de comics "ingenuos" y por otra parte ha sabido ser intimista, sin pringarnos de miel, pero compartiendo con nosotros su manera de sentir de tal forma que leyéndolo no nos hemos sentido espiando por el ojo de la cerradura emocional.

Ahora Azotador ha refundado su blog y, según me comunica en un amabilísimo mail, es la casa en la que se quedará.

Este nuevo blog se llama, como no podía ser menos Azotador Magazine y recuperará los contenidos de los blogs anteriores.

Por lo tanto procedo a darte, querido amigo Azotador Chileno, la consabida bendición bloguera:
¡Larga vida a tu blog!

jueves, 22 de noviembre de 2007

El cinto, ese objeto del miedo y del deseo



Autor: Ana K. Blanco




Encontré estas fotos y me parecieron deliciosas, por eso las quería compartir con ustedes.

Para mí el cinto es el segundo instrumento preferido (el primero es la mano). Pero no es sólo por el cinto en sí, sino por todo lo que conlleva su uso. Adoro el ritual del spanker cuando se lo va quitando entre amenazas y miradas duras y de enojo. El correr del cinto por las presillas, el sonido zigzagueante que produce cuando se libera del pantalón. Luego es estirado y doblado. O peor aún: enrollado en la mano y dejado con el extremo colgando, para que se envuelva en nuestras nalgas y su extremo deje una marca que tardará en marcharse...

¿Y qué hay cuando el spanker lo deja doblado, listo para ser usado en cualquier momento, dejado como olvidado pero como una amenaza presente y atemorizante? Las amenazas, las miradas duras y centellantes del spanker y la presencia del cinto en cualquier lugar de la habitación son suficientes para hacerme excitar con solo pensarlo.
¿Alguna spankee que comparta mis depravados gustos y mi amor hacia el cinto? ¿Cuál es el pensamiento de los spankers? ¿Por qué lo usan? ¿Cuándo lo usan?

martes, 6 de noviembre de 2007

Los spankers somos gente seria.



Autor: Vitabar

Incluso diría aburrida, pero no quisiera ofender…

De hecho cuando hace algún tiempo publiqué un post en este mismo blog sobre las distintas expresiones que nos regalan las spankees durante el castigo, inmediatamente surgió la posibilidad de analizar cuáles eran las expresiones de los spankers durante esos buenos momentos. Gavi rastreó en su archivo fotográfico y descubrió –con cierto desencanto, según creí ver- que los spankers no ponen cara de nada en instantes en que -se supondría- su excitación llega al máximo. Terminó enviándome algunas pocas fotos en las que –con muchísima buena voluntad- podía entreverse cierta expresividad en la cara de los ocasionales spankers que sacara de su rostro la expresión neutra que parece ser habitual. Las fotos que ilustran este artículo son el resultado de su búsqueda y representan lo más “expresivo” que fue capaz de encontrar.

Recurrí entonces a mi propio archivo fotográfico para ver si mis conclusiones al respecto eran comparables a las de ella, preocupado por la presunta inexpresividad del gremio al que pertenezco y –quizá- de mi mismo.

La primera comprobación no fue muy alentadora: en las tres cuartas partes de mis imágenes el spanker ni siquiera aparece en la foto. La segunda fue coincidente con Gavi: la inexpresividad spanker contrasta flagrantemente con la abundancia de expresiones diversas que las spankees muestran en los momentos intensos de un encuentro spanko.

Supongo yo que en cierta medida esa ausencia de expresiones es el resultado de la acción combinada de diversos mitos, que le exigen al spanker ocultar sus pasiones detrás de una cara pétrea. Algunos de esos mitos podrían ser los siguientes:

El spanker representa, dentro de una pareja spanka, la disciplina. Es quien decide qué cosa esta bien y qué cosa está mal y quien aplica los castigos. Por oposición natural, la spankee representa la indisciplina (la rebeldía, la provocación, pero también el juego y la diversión). Este rol exige que quien castiga la indisciplina ajena sea él mismo una persona disciplinada, o sea contrario a la rebeldía y provocación, pero también ausente de juego y diversión. Así que si uno se está divirtiendo, como seguramente ocurre, más vale que lo oculte porque de lo contrario la fantasía (la de ella) se va al carajo.

También representa la autoridad, y consecuentemente, el poder. Uno tiene en sus manos (literalmente) su cuerpo y está en condiciones de provocar en él placer y dolor. Ella teme nuestras decisiones porque sabe que se cumplirán ineludiblemente y que estamos en condiciones y en posición de ejercer ese poder tanto como queramos. El hecho de que todo lo que eventualmente hagamos lo haremos solo porque sabemos que ella lo quiere, lo pide, lo necesita, es un detalle que debe ocultarse. Tiene que parecer que uno decide todo, aunque en realidad todo ya esté decidido -o al menos aceptado- de antemano. Debe parecer que el spanker tiene el poder, aunque no tenga nada, y el ejercicio del poder exige seriedad y es ajeno a la pachanga.

El buen spanker cuida de su spankee, se dice. Por lo tanto su agresividad –que tanto le excita- debe ser mesurada, domesticada y dosificada, porque debe cuidar de su spankee. Le pega, pero la cuida. Porque ella quiere que le pegue y la cuide. Un hilo tan débil separa ambas cosas que se hace imprescindible una atención continua. Un exceso de agresividad podría desembocar en una pérdida de placer (de ella), un exceso de cuidado también, y además configuraría –para el spanker- un papelón. Quien cuida, debe cuidarse y –sobre todo- no distraerse.

De lo anterior se deduce, que es el spanker quien tiene el control de la situación (aparentemente). Y quien tiene el control (y pretende mantenerlo) lo último que puede hacer es descontrolarse, Por lo tanto, las propias pasiones deben mantenerse ocultas ya que su expresión desmedida significarían una pérdida de autoridad y consecuentemente de poder, y a ella eso le disgustaría muchísimo.

Supongo que buena parte de los spankers de carne y hueso (no los de fotografías) no son así. Supongo que muchos de ellos en esos momentos culminantes se excitan y lo demuestran, se divierten y lo demuestran, se alegran y lo demuestran.

Sobre mí mismo prefiero no hacer comentarios. Así que si en el instante supremo en que las últimas defensas son bajadas y un par de redondas nalgas desnudas aparecen frente a mi vista -ya levemente sonrojadas y a punto de enrojecerse aún más- yo pongo cara de “persona-satisfecha-que-ha-logrado-su-objetivo”, “tipo-feliz-que-disfruta-de-la-vida”, “baboso-superexcitado” o “energúmeno-fuera-de-control” prefiero que nadie lo sepa.

Después de todo, uno tiene una imagen de persona disciplinada-poderosa-cuidadosa-controlada que alimentar.

jueves, 1 de noviembre de 2007

Es de bien nacidas ser agradecidas


Autor: Fer


En muchas ocasiones te he dicho o te he dado a entender que mi placer en el spanking y en el contexto sexual que lo envuelve consiste en proporcionar el máximo placer sexual a la spankee. Eso continúa siendo cierto, te lo aseguro. Pero algunas veces, muy pocas, y este Día de Difuntos es una de ellas, me gustaría azotar a la spankee y recibir todo su agradecimiento después de una buena sesión de azotes sin preocuparme yo por nada más.
Ya lo decía la Santa "es de bien nacidas ser agradecidas", a veces la spankee lo tiene que demostrar y agradecer humilde y sumisamente los azotes recibidos.
Y qué mejor agradecimiento que una buena felatio. Ya te hablaba de esa deliciosa práctica en un artículo de hace algunos meses llamado Oral chicos que si te apetece puedes (re)leer.
Ni me he convertido en un falócrata, machista, egoísta, primario, pazguato, etc. ni me he pasado al bdsm, simplemente es un estado de ánimo.
Solo un día, solo hoy.


¡Gracias!

El miedo de la spankee




Autor: Mayte Riemens

De acuerdo con el diccionario, el Miedo es una emoción desagradable, de intensidad diversa, debida a un peligro actual o futuro, o bien, la sospecha de que vaya a ocurrir algo no deseado. Bueno, pues entonces lo que siento no es miedo; porque no es desagradable y porque lo que sospecho que va a ocurrir cuando lo experimento, es algo que deseo intensamente.

Pero alejándome de las categorías y definiciones académicas, apegándome al lenguaje coloquial: yo siento miedo. Y trato de explicarlo: Una emoción inmensa que hace que el corazón me lata a mil por hora mientras las manos me sudan y me tiemblan; los nervios me traicionan y no puedo controlar mis propias reacciones ni mantener la serenidad para que mi voluntad siga siendo mía, para comportarme como la mujer que soy y que suele hacer lo que le da la gana…


Algo que deseo va a suceder, algo que me va a generar un inmenso placer, pero que al mismo tiempo va a provocarme dolor y vergüenza, algo que quisiera poder controlar pero que ya no está en mis manos…


Difícil de explicar, casi imposible. Y es que el miedo de la spankee es paradójico y contradictorio, pero sobre todo, es inmensamente placentero. He de aceptar que, hasta hace muy poco, no lo había experimentado en su totalidad, pese a que ya tengo algunos años practicando el delicioso juego del spanking.
Para mí, el miedo es un aderezo básico para que el juego sea aún más placentero y satisfactorio. Y es que, volviendo –como siempre vuelvo- a los orígenes de nuestra fantasía, el recibir un castigo siempre es motivo de miedo. Los niños y jóvenes temen ser castigados, incluso, es el miedo a recibir el castigo el que hace que –en teoría- enmienden su comportamiento y eviten volver a encontrarse en una situación que les genera dolor, vergüenza y algún otro efecto desagradable o, al menos, inconveniente.


Sin embargo, en nuestra fantasía, no se pretende, en realidad, modificar conductas y, al contrario de lo aparente, el castigo busca despertar placeres, en lugar de sensaciones desagradables. ¿Y entonces, de dónde viene el miedo? Creo yo que proviene de la entrega absoluta, de la certeza de que una vez iniciado el juego, tu voluntad se anula y estás en manos del spanker, del convencimiento de que –palabra de seguridad establecida y conocimiento total de las condiciones- no puedes hacer nada para evitar lo que se te viene encima. Va a doler, va a ser vergonzoso y no puedes echar marcha atrás.

No sé si las spankees compartan mi sentir, por eso hablo por mí misma. Tengo una palabra de seguridad, pero la guardo en lo más recóndito de mi conciencia para que el dolor o la cobardía no me hagan utilizarla, cuando mis hormonas y deseos prefieren continuar con el juego. Sé además, en manos de quién me pongo, sé que él no irá más allá de lo que mi propio cuerpo y reacciones le indiquen. Aún así, entiendo la necesidad de la palabrita y recomiendo su existencia, pero yo, prefiero hacer como que no existe. Y es que para mí, lo realmente excitante y exquisito es sentir que estoy siendo castigada, que estoy en sus manos, que no puedo ni debo resistirme, que el castigo sólo se detendrá cuando él considere que el escarmiento ha sido suficiente.


Y, aún cuando sepa la gravedad de mis “faltas”, desconozco el momento en que mi spanker decidirá que ya he recibido el correctivo adecuado, y dará el castigo por terminado. Supongo que es ese desconocimiento el que genera el temor.


Pero este miedo es muy diferente al que uno puede tenerle al dentista o a que te asalten en el metro, incluso el miedo a perder el empleo o a que le suceda algo a algún ser querido. El miedo de la spankee es un miedo cachondo, es el miedo absurdo, pero real, de conseguir algo que se desea. Una llamada en la mañana, un mensaje o correo en el que el spanker, hábil y seductoramente, te avisa que ya se ha enterado de tu mal comportamiento y que te prepares, pues en la noche te dará lo que mereces. Para mí es una descarga de hormonas y humedad que durará todo el día, acompañada de una placentera sensación de fatalidad. Y conforme se acerca la hora del encuentro, comenzaré a sentir que el corazón me tiembla, que el estómago se agujera y que no soy capaz de controlar mis manos. Sé que va a dolerme, también sé que va a gustarme. Me asusta el regaño, la posibilidad de que utilice algún instrumento que incremente el dolor, que me sorprenda con un castigo nuevo o que yo, impulsada por los nervios, cometa alguna tontería que provoque su “enfado”, con las debidas consecuencias para mis nalgas.


Durante esas horas no puedo dejar de imaginarme sobre sus rodillas, vulnerable y sometida, con la piel enrojecida al descubierto, lloriqueando y gimiendo la promesa de que no lo volveré a hacer. Sí, ¡delicioso! Pero igual me da miedo. Tanto que al encontrarme con él siento que estoy palideciendo y me empiezan a temblar las manos y las piernas, algún extraño terremoto sube y baja por mi pecho y casi de manera inconsciente le pido que no me castigue… cuando es precisamente la certeza de que eso es inevitable, lo que me provoca una sensación deliciosa y extraña que agita cada centímetro de mi cuerpo.

Y el miedo se incrementa cuando, por ejemplo, el spanker se quita el cinturón. La descarga hormonal es mayor, la humedad se multiplica y vuelvo a temblar y a gemir, a suplicar que no use la correa, a asegurar que no lo volveré a hacer… Podría parecer una actuación magistral, pero estoy segura que si tuviera que actuar, con la seguridad de que no habrá azotes, no podría desempeñar mi papel de manera tan convincente. Y es que no actúo, de verdad siento miedo, de verdad intento disuadir al spanker de su decisión de castigarme, aunque sé que es inútil; el castigo llegará y mientras más me resista, será más severo. Eso es realmente excitante.

Paradojas y contradicciones así son las que hacen del spanking algo exquisito, apasionante y adictivo.